La primera presencia
de Francisco en la aldea de Greccio se suele
colocar alrededor del año 1217. Por
ese entonces el Santo moraba en la altura
del monte san Francisco (como se llamó
después), en el sitio donde hoy se
observa una capillita construida en el año
1792. De allí descendía con frecuencia a
predicar al pueblo.
Este sugestivo y
pintoresco castro de la Sabina, lo mismo que
el eremitorio franciscano situado enfrente,
es visible desde todos puntos del Valle
Santo por su posición elevada y solitaria, y
puede llegarse a él desde Fonte Colombo en
pocas horas de camino.
La presencia de los
hermanos en el lugar del actual santuario
debió darse poco tiempo después y su origen
está ligado a una curiosa leyenda: Los
habitantes de la aldea, entusiasmados por la
predicación de Francisco, le pidieron que
permaneciera con ellos. Juan Velita, un
hombre rico y piadoso, decidió construir una
morada fija en el poblado, para Francisco y
sus compañeros. Dice la leyenda que éste no
quería aceptar el ofrecimiento por temor a
la disipación, pero que finalmente la aceptó
con la condición de que el eremitorio fuera
construido al menos a un tiro de piedra
distante del pueblo.
Pidieron a un niño que
lanzara lo más lejos posible una antorcha
encendida, que, para sorpresa de todos, fue
a estrellarse contra un peñasco a dos o tres
kilómetros de distancia. En ese sitio,
entonces, excavaron algunas grutas y las
acondicionaron para el alojamiento de los
hermanos.
Se
presume que desde ese momento hubo presencia
permanente de los frailes en este lugar. Fue
aquí donde se llevó a cabo la memorable
celebración de la Navidad en 1223, después
de la cual probablemente Francisco
permaneció morando en este lugar hasta la
primavera de 1224.
La
construcción de la capillita del pesebre se
suele remontar al año 1228 para consagrar el
sitio donde Francisco había celebrado la
Navidad.
La Capilla de
Santa Lucia es indudablemente el núcleo
de todo el santuario. Después de los
trabajos de restauración de 1947 se puso al
descubierto la simplicidad del lugar donde
se celebró la Navidad de 1223.
La piedra que está
debajo del altar debió ser el sitio donde se
adaptó la cuna para el Niño.
En el fondo de la
bóveda se observan los restos de un fresco
del siglo XV de la escuela umbra.
El pesebre de Belén
representa a la Virgen, al Niño y a San
José.
Y el pesebre de
Greccio a la izquierda, a San Francisco
arrodillado ante el Niño, con varias
personas al fondo.
El refectorio, que había
sido destruido en el siglo XIX para ampliar
una capilla, fue reconstruido en 1955 con
las mesas y el lavaplatos.
Aquí pudo haber tenido lugar
la famosa reprimenda que dio Francisco a sus
hermanos cuando entró a pedir limosna
vestido como un peregrino mientras ellos
almorzaban suntuosamente.
Al lado izquierdo se
puede observar la llamada «cantina», un
pequeño repostero empotrado en la roca.
-
Representación
en terracota del Belén del Greccio.
-
Los Franciscanos,
a ejemplo de su fundador, se
convirtieron en los pioneros del
Pesebre en las iglesias y conventos
que abrieron por toda Europa. Por
ello, desde 1986, el Papa Juan Pablo
II, proclamó a San Francisco de Asís
como el patrón universal del Belén y
los Belenistas.
Retrato de San
Francisco de Asis que recuerda el llanto por
la pasión de Cristo.
El santuario de
Greccio se encuentra prácticamente pegado a
una roca que cae casi perpendicularmente
sobre el abismo. Ha sido necesaria la
construcción de grandes contrafuertes para
su seguridad. Está a una altura de 638 m.
- "Si
yo hablara con el emperador, le suplicaría
que, por amor de Dios y en atención a mis
ruegos, firmara un decreto ordenando che
ningún hombre capture a las hermanas
alondras ni les haga daño alguno; que
todas las autoridades de las ciudades y
los señores de los castillos y en las
villas obligaran a que, en la Navidad del
Señor de cada año, los hombres echen trigo
y otras semillas por los caminos fuera de
las ciudades y castillos, para que, en día
de tanta solemnidad, todas las aves y,
particular- mente las hermanas alondras,
tengan qué comer; que, por respeto al Hijo
de Dios, a quien tal noche la dichosa
Virgen María su Madre lo reclinó en un
pesebre entre el asno y el buey, estén
obligados todos a dar esa noche a nuestros
hermanos bueyes y asnos abundante pienso;
y, por último, que en este día de Navidad,
todos los pobres sean saciados por los
ricos" (San Francisco, Leyenda de
Perusa, 14).
-
- 1Celano,
-
84." En asidua meditación
recordaba sus palabras y con agudísima
consideración repasaba sus obras. Tenía
tan presente en su memoria la humildad de
la encarnación y la caridad de la pasión,
que difícilmente quería pensar en otra
cosa.
Digno de recuerdo y de celebrarlo con
piadosa memoria es lo que hizo tres años
antes de su gloriosa muerte, cerca de Greccio, el día de la natividad de nuestro
Señor Jesucristo. Vivía en aquella comarca
un hombre, de nombre Juan, de buena fama y
de mejor tenor de vida, a quien el
bienaventurado Francisco amaba con amor
singular, pues, siendo de noble familia y
muy honorable (121), despreciaba la
nobleza de la sangre y aspiraba a la
nobleza del espíritu. Unos quince días
antes de la navidad del Señor, el
bienaventurado Francisco le llamó, como
solía hacerlo con frecuencia, y le dijo:
«Si quieres que celebremos en Greccio esta
fiesta del Señor, date prisa en ir allá y
prepara prontamente lo que te voy a
indicar. Deseo celebrar la memoria del
niño que nació en Belén y quiero
contemplar de alguna manera con mis ojos
(122) lo que sufrió en su invalidez de
niño, cómo fue reclinado en el pesebre y
cómo fue colocado sobre heno entre el buey
y el asno». En oyendo esto el hombre bueno
y fiel, corrió presto y preparó en el
lugar señalado cuanto el Santo le había
indicado.
-
85. Llegó el día, día de alegría, de
exultación. Se citó a hermanos de muchos
lugares; hombres y mujeres de la comarca,
rebosando de gozo, prepararon, según sus
posibilidades, cirios y teas para iluminar
aquella noche que, con su estrella
centelleante, iluminó todos los días y
años. Llegó, en fin, el santo de Dios y,
viendo que todas las cosas estaban
dispuestas, las contempló y se alegró. Se
prepara el pesebre, se trae el heno y se
colocan el buey y el asno. Allí la
simplicidad recibe honor, la pobreza es
ensalzada, se valora la humildad, y
Greccio se convierte en una nueva Belén.
La noche resplandece como el día, noche
placentera para los hombres y para los
animales. Llega la gente, y, ante el nuevo
misterio, saborean nuevos gozos. La selva
resuena de voces y las rocas responden a
los himnos de júbilo. Cantan los hermanos
las alabanzas del Señor y toda la noche
transcurre entre cantos de alegría. El
santo de Dios está de pie ante el pesebre,
desbordándose en suspiros, traspasado de
piedad, derretido en inefable gozo. Se
celebra el rito solemne de la misa sobre
el pesebre (123) y el sacerdote goza de
singular consolación.
-
86. El santo de Dios viste los
ornamentos de diácono (124), pues lo era,
y con voz sonora canta el santo evangelio.
Su voz potente y dulce, su voz clara y
bien timbrada, invita a todos a los
premios supremos. Luego predica al pueblo
que asiste, y tanto al hablar del
nacimiento del Rey pobre como de la
pequeña ciudad de Belén dice palabras que
vierten miel. Muchas veces, al querer
mencionar a Cristo Jesús, encendido en
amor, le dice «el Niño de Bethleem», y,
pronunciando «Bethleem» como oveja que
bala, su boca se llena de voz; más aún, de
tierna afección. Cuando le llamaba «niño
de Bethleem» o «Jesús», se pasaba la
lengua por los labios como si gustara y
saboreara en su paladar la dulzura de
estas palabras. Se multiplicaban allí los
dones del Omnipotente; un varón virtuoso
(125) tiene una admirable visión. Había un
niño que, exánime, estaba recostado en el
pesebre; se acerca el santo de Dios y lo
despierta como de un sopor de sueño. No
carece esta visión de sentido (126),
puesto que el niño Jesús, sepultado en el
olvido en muchos corazones, resucitó por
su gracia, por medio de su siervo
Francisco, y su imagen quedó grabada en
los corazones enamorados. Terminada la
solemne vigilia, todos retornaron a su
casa colmados de alegría.
-
87. Se conserva el heno colocado sobre el
pesebre, para que, como el Señor
multiplicó su santa misericordia, por su
medio se curen jumentos y otros animales.
Y así sucedió en efecto: muchos animales
de la región circunvecina que sufrían
diversas enfermedades, comiendo de este
heno, curaron de sus dolencias. Más aún,
mujeres con partos largos y dolorosos,
colocando encima de ellas un poco de heno,
dan a luz felizmente. Y lo mismo acaece
con personas de ambos sexos: con tal medio
obtienen la curación de diversos males".
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